01 diciembre, 2013

Pensar es un hecho revolucionario hecho signo

 El Parque de la Memoria está emplazado en el Río, como debe ser, un recordatorio como ese no puede darle la espalda al Río como la Ciudad. Lo primero que nos gusta de este lugar es que está concebido para que el visitante lo recorra en bicicleta, grandes recorridos, inmensas estructuras, el arte que domina el espacio es un arte de dimensión descomunal en algunos casos y apática, sobria, de gris concreto y de concreta obligación la mayoría. La memoria gris. La memoria que funda. La memoria que todo lo puede. La memoria de la que se espera. 
 Poca gente recorre el parque. Eso agiganta la sensación desértica y aminora -diluye- los rayos solares. Más allá el río abraza para toda la eternidad todos los secretos de la historia del irremediable país. Un fotógrafo hace preguntas y proyecta tomar fotos a la pieza flotante, le decimos que esa obra debe ser bella a la noche cuando se encienden los cuatro reflectores que encuadran ese enigmático cuerpo erguido con su homogénea textura de gris metálico. El fotógrafo se aleja envuelto en una nube de entusiasmo. 
 De todas las obras la que más nos interesa es Torres de la Memoria. Una obra figurativa-abstracta que con su geometrismo abarrotado se asienta en el terreno desértico del parque como una bomba con dieciséis ojivas esperando conectarse con sueños carentes de sentido. Tiene también algo de antena, por la forma superior, por la posición a sesenta grados, por el gesto de radar que triunfa y se degrada al mismo tiempo que se impone y no para de inclinarse para besar la tierra. Un híbrido agresivo como todo lo que está pensado para sobrevivir en el desierto, para moverse sobre terrenos agrestes; máquina de muerte, dormida e inútil. 
 Alguien toma unos mates a la sombra de otra obra gigante. Una pareja recorre los muros grises donde se enlistan los nombres de los muertosnomuertos. Las cosas ya estaban feas antes de los 70 y en el 76 se suceden filas y más filas y más caminar de nóminas y en el 77 también son los años en los cuales la máquina de muerte levanta una temperatura infernal. Dato curioso: en el 83 hay un terrorismo de estado que mantiene una inercia vigente aunque el aparato ya esté desmembrado y débil, la inercia de las cosas que tienen un gran peso continúa empujando y destruyendo aun cuando la cosa ya parezca haberse detenido. Pero hacia dónde van las fuerzas demoníacas del estado cuando hace ya tanto tiempo que hablar de terrorismo de estado es un cliché?  
 Hoy día cuando se diseña y construye un parque se realiza la mimesis de una pista de skate; obstáculos, plaza seca, empalizadas y explanadas que se reproducen y diagraman la contención de los signos especiales. Porque el arte se pone en el desierto para plantar signos. En un centro de deportes alternativos que está justo al lado del parque de la memoria se avisa al visitante que está prohibido plantar árboles. Claro, eso es una decisión de estado. El monstruo, para decirlo a lo Nietzsche, se caga el el dictum libro-hijo-árbol. Los signos que se ponen en el desierto son decisión política y por tanto del Soberano. 
 Unas niñas que pasean solas por los muros grises con las nóminas de la shoá local lanzan carcajadas dignas de niñas bien niñas. Y Cantan: 
el policía dijo, 
por ahí 
no se puede, 
por ahí está prohibido, 
el policía dijo, -más carcajadas, la potencia de la carcajada de las niñitas es como una varita que con leves movimientos transforma lo que toca-. 
Y el policía diijooo, -elevan la voz y ríen un poco más-. 
que, 
dijo el policía
por ahí 
no se puede 
no se puede
no se pu e de
andar en bicicleta

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