10 abril, 2011

Conectados

 Extraño ese viento que yerbalito producía de continuo. Esa correntada agolpándose, ese chifle constante y a veces molesto. Esa misma corriente que se colaba siempre apenas acercaba el rostro a cualquier ventana. Yerbalito era así. ¿Cómo tan poca cosa podía hacer un mundo? me pregunto a veces.
 ¿Debía desear a yerbalito como un destino que se abraza y nos cobija como una tierra siempre nuestra y que nos justifica? Yerbalito como islote flotante de cemento compacto y amorfo. Yerbalito sequedad calcinada al sol bajo su engañosa flamante pintura grisácea sólo homogénea en la lejanía de las veredas donde han de caer los niños que juegan solos, descuidados, en los balcones asesinos. Yerbalito, chapa temblorosa y castigada; postigón inmundo, gente nadando de mentira en el tanque; basura lanzada por la ventana como huesos y restos de carne que ya saciaron el hambre de los niños que después van a ir a trepar, y a caer. Eso es yerbalito, siempre la ventana y yo conectados. Fuga sin fin hacia la avenida, las copas de las tipas y los jacarandás, gavilanes y raramente un búho que nos visita.