10 noviembre, 2012

La pintura de Duchamp

  Al otro día no podría mirarla al rostro, a los ojos francos. -Igual lo hice sin poder evitar que un frío me recorriese desde abajo y hasta la nuca-. La noche anterior había soñado con ella. Entre relámpagos y cierta asficcia los destellos azulados de la tormenta bañaban todo el interior de la habitación. Y nos abrazábamos y la amaba pero cada vez que me acercaba se transformaba en la pintura de Duchamp, solo que en sueños no lo sabía. Solo después, muchas horas después, me di cuenta de que se trataba de Étant donnés. Estaba congelada con su carne rígida con ese tono rosado un poco lavado y penetrante. Todo ese pedazo de carne amputada y esas terribles ¿heridas? cauterizadas. Era horrible; era hermoso y horrible. Siempre me había preguntado sobre esa pintura de Duchamp. Siempre había escuchado hablar sobre el mingitorio famoso, que el mingitorio esto que el artefacto lo otro que R mutt de acá y de allá, que la crítica a las instituciones y demás. Pero qué había en aquella vulva encantadoramente siniestra; en aquellos miembros amputados en aquel deseo irrefrenable de producirle dolor a la mirada, una eterna comezón como si tuviese que pagar tributo por haber querido estar ahí ¿dentro? frente al cuerpo ¿contemplando? lamiendo ¿mimando? o minandoÉtant donnés era la carne joven que se transforma en piedra y en todo lo que se hace piedra siempre hay algo de magia negra -como en los cuentos clásicos infantiles- y de violencia inapelable. Era el apetito que se quiere conjurar aplicándole ese golpe maestro que hiela la mirada de los arrepentidos. Y había una contaminación del cuerpo y una expulsión de toda posibilidad de goce pues como un objeto mudo, pétreo, abandonado en la intemperie de olvidados jardines se le iban engarzando las pestes de la naturaleza descontrolada. No sé si así puedo explicarme aquella extraña metamorfosis sufrida por el cuerpo de Anne cada vez que me acercaba. Flashes como apagones y alumbramientos reiterados que más y más me apesadumbraban. El destello azul desde todos lados y luego como si la pantalla de la conciencia se desgarrara y brotara el agua por todas partes y otra vez todo Anne o lo que tan solo había quedado de ella en el gesto perverso del deseo, su vulva para ser amada. Otra vez se había transformado en la pintura de Duchamp.     
 

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